jueves, octubre 06, 2022

Blonde, Andrew Dominik

[ALERTA ESPÓILERES: Esta reseña puede contener claves de trama, pese a que se ha puesto especial cuidado en revelar lo menos posible y poner fuera de línea las alusiones a los lugares de los giros dramáticos del relato]. 

Lista La Miranda Blonde, Andrew Dominik, 2022. En estos tiempos cuando las expectativas de estrenos no duran un suspiro, la llegada de la encarnación de la rubia de oro de Holly en la piel de Ana de Armas se vio particular y altamente esperada tras sus aclamadas presentaciones en los festivales de cine europeos de otoño. Y luego de estallar el 28 de septiembre pasado en el streaming de su productora Netflix, la peli ha levantado todo tipo de críticas negativas, alaridos y señalamientos, a la par de reconocimientos, elogios y espaldarazos.


Para LLM, tras su cuidadosa y atenta miranda, se trata de una cinta dura, dolorosa y viscosamente escandalosa, como se lo comenté a una amiga a quien varias de sus amigas le recomendaban no verla. Hay un reclamo muy fuerte de cierto sector del feminismo y del fandom Monroe que tilda a la peli de maniquea, falsa y ofensiva a la memoria y acciones de la verdadera Marilyn. Tampoco ha faltado la apropiación de voces provida que ven en el tema del aborto una firme declaración en contra de esta realidad compleja e ineludible. Y no han escaseado las proclamaciones de obra maestra y gran pieza fílmica de esta que por ahora, sin duda, es la película mayúscula de su poco conocido director, Andrew Dominik.


Si se entra a la peli con la idea de ver una historia biográfica o una reconstrucción casi documental de la vida de la diva mayor del Holly de los 50s, el espectador se va a decepcionar. No es Blonde una biopic, por más que haya un trazado de los sucesos más destacados en la trayectoria corta y efervescente de Norma Jeane/Marilyn Monroe. Y aun contando con los puntos de vista de director y protagonista sobre el filme, zonas de expresión que pasan por la experiencia propia e intransferible, la peli va por otras rutas..


Del mismo modo, o en paralelo posible, si se va a la peli con una actitud juzgadora -y menos si es moralista-, se corre el riesgo triste de no comprenderla, de quedarse en el plano de lo que piensa el espectador y no de lo que narra la peli, en las expectativas que se tienen de lo que “debería” contar y no moverse en el emplazamiento narrativo que se propone.


Vale anotar aquí, como tentativa coordenada de vuelo, que no hay una clara diferenciación entre lo real y lo imaginado, lo que sucedió en la realidad contra lo que sucedió en la mente creativa de su narradora original, la novelista Joyce Carol Oates, o en la escritura libre de Dominik, quien además de dirigir se puso en el sillón del guionista.


Ese rasgo fue el que más llamó mi atención en los días previos a poder verla. Por encima de toda la ruidosa publicidad y el aluvión de imágenes promocionales y filtradas, enfocadas primordialmente en la interpretación que Ana de Armas realiza (ya diré algo, vale), cuando supe que el guion era del mismo director me preparé para algo más personal y declarativo, en términos cinematográficos, más allá del mito y sus consecuencias. Y fue en esa perspectiva de encuadre tipo 16 mm (relación de pantalla casi cuadrada, 4:3) que hallé las claves del logro de Blonde, construidas en detalles de colorimetría, composición, coreografía escénica, tempo, modulación, atmósfera y tono enérgico. 


Todo dispuesto para generar un doble efecto de espectáculo: revivir a Marilyn desde la vivencia de Norma para traer a la vida en escena a Ana de Armas, la nueva diva hecha para el mundo. Un mundo que no es el mismo y en el que Marilyn no ha podido escapar a su trágico destino, y donde Ana se asoma sin certezas ni garantías. Si hay algo real en Blonde es ese infame mundo de Hollywood con sus trampas y manipulaciones. Un mundo donde las mujeres deben luchar sin pausa por protegerse y ser valoradas, bien pagas y respetadas. Y no es ficción.


Ese mundo machista en el que es “descubierta” Norma Jeane para ser sometida, literal, al control, la venta y la hipocresía, es un mundo que se resiste a desaparecer por más huracanes reivindicativos como Me Too, Speak Out y sus derivaciones que quieran arrasar con la colina de doble moral. Hay tanto por hacer, tanto por transformar. No salvaremos a las futuras Normas, mientras se sigan haciendo llamativos top 10 -mera diciente superficie- de los grandes directores, actores, fotógrafos… sin la presencia de las mujeres que escriben, dirigen, producen, musicalizan, editan… interpretan y hacen el Cine. No hoy. Desde que el cine dijo: yo narro.


Los episodios abortivos en los que Norma pierde a sus hijos se narran en dimensiones retóricas y argumentativas de doble filo. Por una parte, el control que Holly ejerce sobre el cuerpo de la mujer. Hace nada una actriz revelaba como el estudio controlaba su peso, so riesgo de despido si se pasaba en algún gramo. Y por la otra, el comentario ruidoso de la rubia “tonta” que se tropieza. Sin embargo, algo que no se diluye fácilmente es la vulnerabilidad y la resistencia de Norma, es allí donde hay que sostener la mirada y no apartarla. Dominik entiende bien esta arista de su compleja musa y por eso, persiste en el encuadre del rostro, siempre, la mirada, siempre, la sonrisa insuficiente, siempre.


Es escandaloso cómo se adora a Marilyn y cómo se maltrata a Norma en Blonde. Los hombres que simulan amarla, pronto la desprecian, o ignoran, o hacen a un lado, sin poder comprender su inteligencia, su deseo, su voluntad. La pulsión devoradora no escapa al espectador, al tiempo que la contemplación aterrada sacude a cada tanto su conciencia. Hay en Dominik la necesidad de golpear al mirador y luego, abrazarlo para unirlo a un rito de compasión que busca algún tipo de esquivo perdón. Una ternura desbordada, al lado de una frialdad pasmosa que socava la tranquilidad.


El cierre de Blonde es un perfecto ajuste a las condiciones: así como Norma Jeane se desvanece para amanecer yerta y libre, así la cámara baja al piso, para quedarse quieta y morir con ella… o mejor, para ella.  


Y sí, Ana de Armas está fuera de este mundo. Hay esfuerzo, hay labor, hay entrega. Es una clara y firme declaración de una mujer que ama su arte, dignifica su profesión y respeta a su alter ego plateado: la eterna Marilyn que no pudo salvar a Norma.


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