Si alguien todavía tiene dudas acerca de lo que hace el cine, y que ningún otro lenguaje puede, debe ver sin falta la más reciente peli del maestro Wim Wenders. Con ella, Japón aspiró al Oscar a Mejor Película Extranjera por primera vez con un director que no es japonés. Ya sabemos que la adecuada ganadora fue The Zone of Interest, Jonathan Glazer, que es una película inmensa, poderosa y jodidamente bien construida. Sigo pensando que debió ganar la peli de Bayona, pero… esa es otra miranda.
Días Perfectos es un relato cinematográfico que establece
sus recorridos precisos y constantes, no más empezar a fluir ante nuestros
ojos. La secuencia de arranque es la síntesis de toda la peli. La ves y ya
viste todo… en apariencia, por supuesto. Luego, cuando la repasas en tu cabeza
testaruda, comprendes que sí es la fábula completa. ¿Qué sucede entonces después como para
que te quedes a ver de qué va, como decía Pablo Solarz cuando nos picaba para
escribir?
Pasa que esa cotidianidad que aprecias se te va ir revelando, plano a plano; así de cuidadosa es la mirada juiciosa y atenta de Wenders. Se tomaron 17 días filmando, esto más o menos quiere decir, que las dos horas que ves son prácticamente lo que se rodó. Hay una eficacia narrativa insuperable. Las evidencias sobre los espacios físicos e íntimos de Hirayama, al igual que sus acciones en privado y en público, se van a ir ampliando en campo visual y auditivo a medida que el relato avanza, sin prisas, sin artilugios. La maestría de ese dispositivo se decanta en la forma como vamos escuchamos la voz misma de Hirayama.
Aquello que al comienzo viste de modo metódico y repetitivo,
se te va a ir mostrando y dejando escuchar, para que descubras lo que Hirayama
ha encontrado para hacer los días con una sonrisa cierta, pese a todo lo que es
la vida. Acá hay una declaración sobre el valor de las cosas que hacemos a diario
y que por corta visión, consideramos rutinarias y faltas de sentido. A veces,
debemos recordar que el Sol sale todos los días, así no lo veamos, sin falta.
Hay cosas que son y eso es todo. Tus maticas no vivirán si no las remojas a diario.
Al igual que tu ropa de trabajo debe estar limpia, semana a semana, para que
hagas lo que has decidido hacer. Y tu gatica no vive sin la comida que le das. Hace falta levantar más seguido la cabeza y
ver lo que hay allá arriba.
Aunque vale lo que dice Wenders: “solo en Tokio podía hacerse”;
a pesar suyo, podría ser otro el trabajo, podría ser otra la ciudad, podría ser
otro el personaje. Todo porque lo perdurable y vital es tener opciones. Eres tú
quien elige darle sentido a tu vida (ya que ésta no lo tiene), no la genética,
ni la crianza, ni la escuela, ni el empleo, ni el sistema. Hirayama en su diario
devenir nos deja conocer, paso a paso, lo que constituye el meollo de sus
decisiones. Y por esa vía, nos permite vislumbrar lo que no se muestra, ni
escucha, ni narra de manera explícita. Eso que nos permitirá identificarnos, tal vez.
Hay varios elementos fundacionales que se atan solidariamente
para conseguir ese objetivo, de pura naturaleza cinematográfica. El primero es
la música que escucha Hirayama de camino a su trabajo, mientras maneja por las
calles de su particular Tokio. La mayoría es música rock, tercer cuarto del s20 en sus 50
a 70, norteamericana, con algunas versiones en japonés. ¿Por qué esa música y
no otra? Esa es una de sus tareas asignadas, sí, usted. Por lo pronto, sepa que esas melodías
crecen más allá del habitáculo estrecho de la camioneta de Hirayama y se toman
en volumen y dimensión todo el espacio del encuadre, dejando que sumercé se empape
por completo de su luz.
Insertas en el día a día de Hirayama se deshilvanan cuatro historias mínimas, de profundo significado que dejan ver la complejidad de la vida en su más sencilla presentación. Wenders elabora una trama que al igual que su puesta en escena, se va desvelando desde los detalles de una mirada cercana y limitada, hasta las composiciones más amplias y abarcadoras. Por esa vía, logra convertir en extraordinario lo corriente. Despojado de la rigidez de las convenciones del guion, el director se sumerge en un discurso en el que puede mezclar, sabiamente, sin bordes claros, su sello autoral y el sino de su protagonista.
Y en medio de estos sutiles y elaborados dispositivos, se
instalan indeleblemente las fotografías que Hirayama saca con su Olympus de rollo
y sus sueños llenos de texturas naturales, móviles, figurativas.
Vale decir un par de cosas, van a ser más, lo sé, sobre Wim
Wenders. Al lado de Rainer Werner Fassbinder, Werner Herzog, Alexander Kluge,
Volker Schöndlorff, y otros 21 jóvenes cineastas alemanes -la mayoría nacidos en
1945-, firma en 1962 el Manifiesto de Oberhausen en que declaran el fracaso
del cine después de la guerra y su decisión de hacer un cine nuevo, motivados
por los riesgos tomados por sus contemporáneos franceses que dan vida a la Nueva
Ola Francesa. Sin el mismo interés en la teoría crítica del cine, y más enfocados
en hacer viable un sistema de producción y la exploración de temáticas propias,
estos jóvenes de veras cumplen lo que firman: transforman el cine alemán.
Con una reconocida influencia del cine norteamericano, el Nuevo
Cine Alemán escribirá sus propias historias sin pretender pasar por
anglosajonas. Sin embargo, es esa familiaridad con el cine estadounidense la
que permite que muy pronto, en las salas de cine de EUN se vea y aprecie esta
nueva corriente fílmica. Wenders hará su París, Texas (1984) y bueno, ya, eso.
Luego, nos traerá Buena Vista Social Club (1999) y esa lección absoluta que es
La Sal de la Tierra (2014). En medio de éstas dos, rueda Pina (2011) uno de sus
más radicales documentales.
Wenders llega a dirigir Días Perfectos, tras responder a una
invitación de una empresa japonesa interesada en realizar un documental sobre
el novedoso y diverso sistema de baños públicos construidos para los JJ.OO. de
2020, postergados por la Covid 19. El director propone hacer mejor un
largometraje de ficción. Y le copian perfectamente. Reunido con el creativo de
publicidad y guionista, Takuma Tasaki, encuentran la sintonía adecuada para
contar esta historia en donde la relación entre el personaje y los espacios
fuese simbiótica y articulada. Ambos confeccionaron una historia del pasado de
Hirayama y acordaron las pistas que dejarían para que usted arme ese otro relato.
Debo confesar, ya de salida, que al leer sobre la historia del
pasado del protagonista, sentí una especie de sinsabor, para nada por la peli,
sino por el maestro que tanto me ha insistido en que no hay nada más aburrido y
falto de fuerza que un algo ya contado. Y sin embargo, decido quedarme con su
declaración al referirse a la crisis narrativa actual: “Pienso que las
películas pueden iluminar nuestras vidas de una bella manera, tengo una fuerte afinidad
con la realidad y por lo que siente estar vivo hoy y todo el sangriento misterio
de la vida”.
Y una coda sustancial: Yasujirò Ozu, director japonés es considerado
por Wenders su gran maestro.
Trivia para miranda atenta: La torre de Tokio se llama Skytree
(árbol del cielo) y está ubicada en Sumida, uno de los 23 barrios especiales de
la metrópolis.
Qldla.